Después del fin de la guerra en 1945 con la caída de Berlín por las tropas aliadas el 8 de mayo y la rendición de Japón el 15 de agosto tras la caída de las bombas atómicas americanas los días 6 y 9 anteriores, las cosas poco a poco comenzaron a afianzarse en París, en el resto de Francia y en general en Europa. Para Suzanne y Salvador, las decisiones que los perfilarían como una pareja que consolidaría su historia juntos también comenzaron a materializarse, así como también la idea de formar una familia. Para ello, es probable que Suzanne se sintiera respaldada en sus decisiones de vida y por supuesto cobijada luego de sus extenuantes jornadas laborales al servicio de los Taittinger.
Por su parte, ella atestiguó cómo Salvador trataba a sus clientes, cómo deslizaba sus manos sobre las finas maderas y telas; cómo maniobraba hábilmente con su herramienta hasta generar los acabados de una nueva creación o restaurar algún magnífico ejemplar de otro siglo, del que con certeza escuchó cautivada la historia que Salvador pudo contarle, como cuando reparó el marco de La Gioconda de Leonardo da Vinci o algunos ejemplares de L’Hermitage, el colosal recinto ruso. De igual forma, quizá opinó sobre las plantas que su amado dibujaba, pues a partir del 1 de marzo de 1946, cuando se casaron, la jornada de cada día pudo ser más larga y mucho más entrañable y acusioso lo compartido.
Por eso es también probable que contribuyera con su apoyo y compañía a su amado cuando este tramitó su naturalización, la cual obtuvo el 30 de agosto de 1947, a razón de haber combatido en la guerra, según consta en el Diario Oficial de la República Francesa, que a la letra exponía:
“El presidente del Consejo de Ministros, relativa al informe de la salud pública y la población. Artículo 1. Son franceses por aplicación del artículo 60 y 62 de la nación francesa: Leyes y Decretos, 7 de septiembre de 1947. Año setenta y nueve – Nº 211: 4 francos/ Pág. 8943: “Pesquera (Salvador Lázaro) ebanista nació el 17 diciembre 1918 en Mixcoac (México), con domicilio en París./ Decreto de Naturalización y Reintegración desde el 30 de agosto de 1947/ (esp. N.º 11476X46)”.
Suzanne debió también abrazarlo cuando no pudo obtener su pensión militar, pese a haber sido herido de guerra con múltiples fracturas en la columna y pérdida de un pulmón como miembro de los contingentes emanados de la prestigiosa Legión Extranjera que participaron en las escaramuzas de 1940, cuando los nazis intentaron apoderarse por primera y única vez del territorio francés al comienzo de la guerra. Por esto y más, fue desde esos primeros años juntos la compañera perfecta, poseedora, como él, de grandes cualidades: seriedad, tenacidad, organización, fidelidad, honestidad, con una muy alta calidad humana, compartiendo con entereza y humildad, siendo una gran dama incluso en los más crudos e intempestivos momentos. Por esto, puede advertirse que desde el principio cuidaron desinteresadamente el uno del otro, interesados a la vez en echar hondas raíces.
Los primeros meses de 1948 serían entonces el tiempo para afinar los últimos detalles de su aventura a suelo mexicano, un mundo que para ambos era desconocido pero que habían elegido como el destino en el que pasarían el resto de sus vidas. Pese a que Salvador había nacido en la Ciudad de México, se había embarcado a Francia junto a su madre siendo aún muy pequeño, por lo que los recuerdos estaban prácticamente borrados de su memoria. Ninguno sabía si estarían a salvo o si sería un comienzo estable o trastabillante; tampoco hablaban el idioma, y si acaso algo de este conocían, difícilmente les alcanzaba para sostener una conversación. Tampoco tenían un capital abultado. Contaban solamente con su fidelidad y la confianza, gracias a su fortaleza, de que prosperarían. Eran gente de trabajo y eso parecía bastarles.
Una vez a bordo del camarote B-28 del S.S. Washington, Suzanne y Salvador, que además esperaban a su primogénito, echaron una última mirada a la costa europea antes de partir con rumbo a Nueva York, para de ahí viajar a la capital de México. De inmediato se instalaron en en una casa de huéspedes de la colonia Anzures, en la calle de Víctor Hugo, y Salvador empezó a trabajar inmediatamente, a las ocho de la mañana de ese mismo día. Había traído su caja de herramientas, sus manos y su experiencia. Suzanne quizá sabía también que su experiencia le serviría para contribuir a ese primer contacto de los suyos en este nuevo andar. Salvador era un gran hombre, excepcional, de gran genio y muy activo y que, a pesar de no dominar el español, consiguió un trabajo, quizá de ebanista y carpintero, para empezar a mantener a su joven familia.
En algún momento Suzanne tuvo que persuadir a Salvador de renunciar a los sueños compartidos, pues en algún momento le propuso a ella que regresaran. Quizá se abrumó cuando se percató que el dinero que ganaban los ebanistas en México era muy diferente a lo que recibían en Europa. Suzanne, vehemente y decidida como siempre fue, lo persuadió de quedarse. Dos meses después, el 8 de mayo y mientras seguían viviendo en Víctor Hugo, nació Daniel Salvador Théophile, su primer hijo. Al año siguiente, el 22 de agosto, nació el segundo y último hijo: Jean Claude. En este momento su domicilio estaba ya en Río Po 81, en la actual colonia Cuauhtémoc.
Poco a poco comenzaron a tratar con gente de mucho dinero, de la alta sociedad; él con su toque de diplomático francés; ella, con su trato sofisticado perfeccionado sobre todo durante sus años como ama de llaves de los Taittinger. Pese al incierto comienzo en México, pronto entrañaron la convicción de meterse poco a poco en la sociedad, tratar de vender sus productos, que gustaran, desarrollando además una tendencia entre las familias adineradas de la capital mexicana. Poco a poco fueron adquiriendo algunas máquinas y contratando personal que apoyara el trabajo. Finalmente, con su carisma y buen trato, se convirtieron también en grandes vendedores, aunque también en buenos vecinos, queridos por la comunidad e incluso por la colonia francesa que ya había fincado sólidas raíces.