Fondation Culturelle
Salvador Pesquera Amaudrut et
Suzanne Barbé Lemenorel

L’Atelier

L’Atelier

El taller de Muebles Pesquera es una extensión de la casa principal y se compone de una nave de dos niveles compuesta por una serie de galerías sencillas que revelan el crecimiento progresivo del desarrollo de la empresa. Esta es la parte más nítida de todo el conjunto porque está marcada por el orden y la función. Es, por decirlo así, una máquina que revela su funcionamiento y su manera de pensar. Hay un lugar para cada cosa y para cada función. Los cajones están marcados con el nombre del objeto que contienen. Es sorprendente saber que muchos de esos objetos tanto utilitarios como decorativos fueron diseñados y fabricados en esos talleres que son en sí mismos verdaderos gabinetes de curiosidades. Es conmovedor admirar las molduras, las chapas, los emblemas, los clavos, las chapas de maderas especiales, y muy especialmente, las delicadas piezas recortadas de marquetería porque parecen personajes listos para entrar a escena pero que el tiempo detuvo su debut.
El taller es también un tiempo suspendido que gravita.

Para Suzanne y Salvador, la colonia Popotla de la Ciudad de México bien pudo evocar el ambiente campirano francés de sus tempranas juventudes, pues era un lugar arbolado, principalmente de ahuehuetes, con extensos pastizales, despejado y fresco la mayor parte del año. Asentada desde entonces sobre un antiguo barrio del mismo nombre cuyos origenes nos remontan a los tiempos prehispánicos, en lo que incluso los asentamientos humanos convivían con los mamutes, caballos, bisontes, camellos y lobos que por ahí merodeaban, la colonia Popotla comenzaría a tener un notable crecimiento para cuando la familia Pesquera Amaudrut llegó a residir ahí, lo mismo para desarrollar una vida que para hacer crecer su elegante negocio de ebanistería de arte.

Como ellos, nuevas generaciones y familias jóvenes llegaron a rentar antiguas propiedades o a edificar modernas casas habitación en los diversos predios disponibles que existían sobre muchas de las amplias calles de la colonia Popotla y algunas contiguas, como el propio pueblo de Tacuba, Colegio Militar o Cuitláhuac. Quienes compraban, como Suzanne y Salvador, aprovechaban las facilidades de crédito que algunas instituciones concedían, por supuesto con la anuencia de los programas emprendidos por la administración capitalina para incentivar el poblamiento en varias zonas de la metrópoli, alimentadas por los constantes flujos migratorios provenientes del interior de la República y de otros países.

Como se sabe, los tiempos del alemanismo (1946-1952) han sido conside-rados de gran bonanza económica y de exponencial desarrollo urbano y de infraestructura en las zonas contiguas al centro de la Ciudad de México, el lugar que centralizaba buena parte de la interacción comercial, económica y política no solo de la capital, sino también del país. Y si bien ya estaban comunicadas prácticamente desde la segunda mital del siglo XIX por diversas arterias y transportes, aún faltaba tiempo para que fueran consideradas parte de esta y no pueblos aledaños enmarcados junto con ella dentro de los límites del Distrito Federal.

En la calle Mar Mediterráneo, adonde llegaron Salvador y Suzanne, a mediados del siglo XX aún podían observarse las residencias con enormes jardines de algunos aristócratas porfiristas que las usaban como casas de campo durante los fines de semana o incluso de veraneo, lo que nos da una idea de cómo esta región era considerada también como un lugar de descanso y de cómo también gozaba de bastante estirpe aristocrática. A la vez, era una vía muy accesible y útil a distintos propósitos, pues era paralela a la histórica Calzada de Tlacopan (hoy la calzada México-Tacuba), sede de grandes acontecimientos durante la guerra de conquista española liderada por Hernán Cortés en las primeras décadas del siglo XVI, como el episodio de la llamada Noche Triste.

Esta arteria, en funcionamiento desde tiempos inmemoriales –incluso antes de la fundación de Tenochtitlan fechada en 1325–, conectaba una esquina del Zócalo capitalino y el Monte de Piedad con los antiguos pueblos de Tacuba y Azcapotzalco, por lo que siempre fue considerada una de las más importantes de aquella ciudad antigua que floreciera a instancias de la civilización mexica y posteriormente durante los tiempos virreinales, continuando durante el casi sesquicentenario de existencia del México independiente. Para los Pesquera-Amaudrut, el contacto con esta dinámica urbana favorecida por la historia fue quizá la indicada para el desarrollo inmediato de su familia, pero también para el de su empresa Muebles de Marquetería. Pero desde luego requería de su ardua dedicación para hacerlo realidad.

Al interior de casa, la vida para la familia trancurriría en un ambiente de tranquilidad y prosperidad, aunado a que el negocio también crecía: Suzanne encargándose mayoritariamente de la administración y la recepción de los clientes, por un lado, y de los cuidados de los pequeños Daniel y Jean Claude por el otro, procurando cabalmente su crecimiento, educación y disciplinamiento, siempre envueltos en un profundo amor. Salvador, por su parte, permanecía abocado a su prestigioso trabajo artístico como ebanista, sumergido en una especie de alquimia nutrida por su imaginación, sensibilidad, diseño, habilidad para el dibujo, desarrollo de la técnica, creación y, sobre todo, un profundo conocimiento.

Además, Muebles de Marquetería engrosaba poco a poco su cartera de clientes, produciendo cada vez más. Esto implicaba no solo elaborar el mueble con los más elaborados detalles, sino también, previamente, decenas de plantas (bocetos y planos) de cada uno de ellos, precisando a detalle buena parte de sus ángulos y perspectivas. Por ello, a pesar de que trabajaba durante extensas jornadas diarias, Salvador comenzó a aleccionar a sus primeros empleados, transmitiéndoles sin recelo alguno sus avezados conocimientos y experiencias, quizá sin imaginar en ese momento que aquellos jóvenes trabajadores se convertirían en destacados maestros de la ebanistería en el arte, surgidos del “¡mejor taller!”, como lo definiera Francis Javely, uno de sus clientes y amigos, para quien no existió alguno que le igualara, pues era único.

Para ser parte también de esa ayuda que Suzanne y Salvador recibirían, llegó también la familia, proveniente igualmente de Francia. Cécile Jacqueline, hermana menor de Suzanne, encontró nuevos aires en la urbe mexicana, invitada por Salvador. Llegó a trabajar directamente con ellos hacia 1958, cumpliendo sobre todo con tareas administrativas como elaborar presupuestos, que le encomendaba Suzanne. Además, se dedicó mucho a vender y atender clientes, aprovechando que contaba con gran carisma para ello, aunado a la confianza que su cuñado y hermana depositaban en ella, pues el trato al cliente que desplegaban requería de un cúmulo de finas actitudes; era un elegante protocolo de sofisticadas maneras. Pero después de un tiempo, Cécile decidió retirarse luego de contraer nupcias con el señor Jacques Guicheney.

Dentro de la comunidad francesa forjaron amistades entrañables, como la de Maurice David y luego su esposa Magdalena. Con él, Salvador volvió a demostrar su calidad humana y solidaridad, pues luego de que Maurice y él se conocieran, probablemente en algún evento entre los coterráneos residentes en la Ciudad de México, Salvador le brindó su apoyo, lo invitó con alguna frecuencia a comer y ya después lo introdujo en el mundo de la ebanistería de arte, convirtiéndose Maurice, al paso del tiempo, en uno más de sus clientes. Y es que para cuando Magdalena y Maurice se casaron, vivían en Zona Rosa, pero después, al mudarse a las Lomas de Chapultepec, Salvador hizo una intervención magistral para remodelar la nueva residencia de sus amigos: intervino puertas, paredes y desde luego creó magistrales muebles.

Pero ya fuera con él o con algunos otros franceses, Salvador y Suzanne compartieron sus vidas con los suyos, acercándose de alguna manera a sus raíces europeas, pero sin dejar de sentirse cobijados en México. Frecuentaron el Club France cada 14 de julio, cuando se conmemora la Toma de la Bastilla, o iban al Panteón Francés de la Piedad el 11 de noviembre, por el fin de la Gran Guerra. Era igualmente una fecha de celebración el armisticio francés al término de la Segunda Guerra Mundial. Quizá también con sus coterráneos se reunieron en 1963 para comentar la primera visita de un presidente mexicano, Adolfo López Mateos, a la quinta república francesa nacida en 1958, o al año siguiente cuando tuvo lugar la del presidente Charles de Gaulle, quien ante un Zócalo abarrotado, recibió encomiables muestras de afecto y ovaciones por haber entregado las banderas mexicanas que alrededor de un siglo antes fueran decomisadas al ejército mexicano durante la guerra de intervención francesa (1862-1867).
Esto sin duda fortalecería las buenas relaciones entre los dos países durante los años siguientes y los Pesquera-Barbé, así como los integrantes de la comunidad francesa, posiblemente se congratularían por ello.

Estos mismos vínculos propiciaron también que Salvador fuera conocido en otras partes del mundo, pues su talento para el arte de la ebanistería y la decoración serían solicitados más allá de las fronteras mexicanas.  Fue a hacer avalúos a Washington, Nueva York y algunas otras partes del mundo, destacando también que varias de sus creaciones llegaron a Francia en diferentes etapas. Curiosamente, su sello apareció muchos años después en una exposición de muebles en París; Salvador, entonces octagenario, se congratuló de ver su obra en el recinto, y más aún cuando el joven al que le comentó que ese “mueble” era suyo, le respondiera, palabras más, palabras menos: “¡Ah!, ¿usted es el señor Pesquera? Pero usted vive en México y su logotipo lo tenemos registrado”.

Hubo también un momento en el que Salvador pudo optar por no venir a México ante una tentadora oferta de trabajo. Se trataba de una invitación de la biblioteca, fundación y museo de J. P. Morgan, en Nueva York, para que se hiciera cargo de los muebles de estos lugares, en el sentido más extenso. Quienes lo invitaron sabían del historial profesional de Salvador, pero sobre todo que había egresado de la escuela del Louvre como parte de la última generación de estudiantes de Ebanistería del arte y decoración. Es posible que un amigo de la familia, el general Taylor, haya colaborado para que llegara tan importante ofrecimiento. Era un longevo general vinculado a Morgan padre. Entonces quizá él le habló a los Morgan del señor Pesquera, quien finalmente declinó.